martes, 8 de abril de 2014

Lejos del heroismo

CENTAUROS DEL DESIERTO

(The searchers, 1956, John Ford)


“¿Qué mueve a un hombre a vagar? / ¿Qué le mueve a viajar sin rumbo? / ¿Qué le mueve a dejar lecho y cobijo y dar la espalda a su hogar? / Cabalga sin destino...” Sobre los créditos iniciales suena la canción interpretada por Stan Jones. Un cartel nos sitúa en Texas, 1968. Una puerta se abre desde el interior de una cabaña. Vemos a un jinete que se acerca lentamente. Los personajes salen al porche: “¿Ethan?” murmura uno de ellos: es, en efecto, el Tío Ethan, que regresa a la casa de su hermano años después del final de la guerra.



Cuando la historia concluye, unos seis años después, la puerta que se abría al principio ahora se cierra. Ethan (John Wayne) queda de nuevo fuera y se aleja caminando hacia el desierto. Escuchamos entonces las últimas estrofas de la canción: “Un hombre buscará su corazón y su alma / buscará su destino por todos los confines / sabe que hallará la paz interior / pero ¿Dónde, Señor, dónde? / cabalga sin destino...”

En una entrevista con Peter Bogdanovich, John Ford resumió así Centauros del desierto: “Es la tragedia de un solitario. Es la historia de un hombre que volvió de la Guerra de Secesión, fue a Méjico, se hizo bandido, y probablemente combatió con Juárez o Maximiliano, más probablemente con Maximiliano, por lo de la medalla. Sólo era un solitario, que en realidad nunca podía formar parte de la familia”. Pero cuando Peter Bogdanovich le planteó si era ése el significado que tenía la famosa puerta, Ford se limitó a murmurar.



Recuerdo lo que en cierta ocasión escribió François Truffaut: “John Ford es un poeta que no habla de poesía, un artista que no habla de arte”. Y tal vez porque sabía que Centauros del desierto era una obra de arte, un poema escrito en imágenes sobre la tierra y las rocas cincenladas por el viento de Monument Valley, Ford no quiso explicar su significado. En cambio los exégetas del cine intentan, en vano, desentrañar un misterio insondable. John Milius, admirador confeso de la película, afirma que “Ethan es el héroe clásico del cine americano”. Y no es verdad. Es un comentario sesgado, similar al de aquellos que han acusado a la película de racista y reaccionaria precisamente por haberla juzgado solo por el perturbado comportamiento de su protagonista.


Creo que Ethan no es ningún héroe. Y, sin embargo, podía haberlo sido. Como Ulises, Ethan es un soldado que regresa al hogar, pero su guerra acabó hace tres años y además fue una guerra perdida, por mucho que no crea en rendiciones; Ethan vuelve en busca de una mujer a la que desea, pero esa mujer, que también continúa amándole -como insinúa Ford con gran pudor, en un sola escena, muda y en plano general- es la esposa de su hermano. Por eso cuando ella es violada y asesinada por el jefe indio Scar (Henry Brandon), su único propósito es vengar su muerte, aunque para ello utilice el pretexto de recuperar a sus sobrinas, secuestradas por los comanches. No hay heroísmo en la odisea de Ethan: cuando los años pasan y la niña superviviente, Debbie (Natalie Wood), crece y se convierte en una de las esposas de Scar –otro nómada que también perdió a su familia a manos de los blancos- Ethan, incapaz de asumirlo, intenta matarla; y, al final de la película, cuando por fin se produce el rescate, es Mose (Hank Worden) quien encuentra a la niña, Clayton (Ward Bond) quien dirige la misión y Martin (Jeffrey Hunter) quien mata a Scar y la libera: Ethan se limita a cortar la cabellera del indio muerto y a levantar a Debbie en sus brazos una vez que se ha apiadado de ella. ¿Qué clase de héroe es entonces? ¿Por qué al final no se marcha galopando, como hacía Shane (Alan Ladd) en Raíces Profundas sino caminando desolado hacia la nada? ¿No demuestra Ford su confianza en el futuro sacrificando a Ethan y Scar, los dos líderes racistas de ambas comunidades para que un mestizo (Martin) y una blanca criada por los indios (Debbie) puedan formar su hogar a este lado de la puerta? ¿Es entonces de la civilización del Oeste de lo que trata Centauros del desierto, como lo sería unos años después El hombre que mató a Liberty Valance, otra vez con John Wayne apartándose a un lado para dejar paso al futuro? Las preguntas sin respuesta que plantea la película son tantas como las enunciadas en la citada canción de Stan Jones.



 En Centauros del desierto se encuentra además la esencia del western: las dificultades de los colonos para hacer de la tierra prometida una tierra habitable, las heridas no cicatrizadas de la guerra civil, el odio irracional entre indios y blancos que desembocará en el exterminio de una de la razas, el precario establecimiento de la ley y el orden en toda la frontera, y la vida itinerante de comunidades enteras. En este compendio del género aparece incluso el Séptimo de Caballería, aunque Ford aprovecha para desmitificar el papel del ejército y ofrecer una visión crítica del trato que se daba a los indios en las reservas.




Todo ello, es cierto, se encontraba en la novela de Alan Le May que inspiró la película, pero Ford va mucho más allá de la magnífica recreación histórica del texto y convierte Monument Valley en un escenario abstracto, casi beckettiano, donde indios y blancos dan vueltas en círculo sin llegar nunca a encontrarse y, donde a medida que pasan los años, la búsqueda de Ethan se vuelve más paranoica y sinsentido. Como contrapunto a la violencia y al tormento del protagonista, Ford introduce personajes y escenas de humor que rozan lo grotesco. Centauros del desierto demuestra, una vez más, la facilidad que tenía Ford para pasar del drama a la comedia en una misma escena. 

Incomprendida durante años, fue rehabilitada a partir de los años setenta por críticos y directores como Steven Spielberg, Martin Scorsese, Paul Schraeder o Francis Ford Coppola. En la última encuesta de la revista Sight and Sound (2012), Centauros del desierto ocupó el séptimo puesto entre las mejores obras de la Historia del Cine.